12 de diciembre de 2010

La escena más triste y más hermosa


He visto a un hombre arrodillarse sobre un prado.
Jardinero que riega una flor subterránea
no lleva regadera ni agua le falta
como si fluyera de su propio ser.
Estoy cerca de él, pero él
está lejos de todos y de todo.

Y sin embargo habla ¿con quién habla
este hombre qué no habla con nadie?
Habla con alguien que fue él
y ahora es solo parte de él y de la tierra:
lo increpa, ruega, lo maldice,
le golpea la cabeza con un por qué:
¿por qué/por qué /por qué/por qué?

Y no sabe ni yo ni nadie sabe
qué decirle a ese hombre que una tarde
-domingo en Concepción- riega su hija
en un Parque, y le deja una flor
y un caballito blanco de juguete
para que vuelva a casa por la noche:

caballito blanco
llévame de aquí
lévame a la cuna
donde yo nací.

Y de noche la sueña: y en sueños se levanta
y la cubre, porque llueve en el sur
-ay, cómo llueve en su lecho de trébol-
y yo sueño con él, lo sueño niño
y en sueños se hace hombre
y se arrodilla sobre un prado
se dobla como herido a bala
pero no cae, se levanta
-con todo el peso del dolor se alza-
y en sueños le pregunto ¿cómo? ¿cómo?

Y no sabe -ni yo- ni nadie lo sabe.


Floridor Pérez

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