5 de octubre de 2011

Monólogo


En la noche glacial intenté encender un fuego,

pero la noche era fría, oh, qué negra y desolada.

Y así, para mantener el fuego vivo en tal rigor

algo más siempre era preciso con que lo alimentara.

Así como el monje vagabundo que reúne leña en las tinieblas,

arrojaba yo en aquel fuego mis miembros sin descanso,

mas como no fueran suficientes, después de ellos

a las llamas comencé a entregar jirones de mi alma.


Pues otro modo no existía, no, imposible que lo hubiera,

pues preciso era que alguien sostuviera aquella llama.

A la delirante luz que sólo el oleoso pábilo procura,

brillaban en derredor amenazantes figuras, y temblaban.

Tal vez las vierais, algo distinguisteis acaso,

en torno a mí la noche de tinieblas y de lobos se poblaba.

Pues todos sofocar pretendían aquel fuego,

unos por maldad, tantos por ignorancia.


Otros en lo alto de colinas bañadas por el sol,

sus hogueras avivaban y reían con desprecio,

incapaces de entender lo que aquí dentro sucedía,

cuánto esfuerzo requiere una llama nacida en la negrura.

Cansado, alguna vez llegué a pensar: dejaré que se extinga.

Ya que me repudian, caiga de una vez la noche eterna.

Mis ciegos ojos quedarán tal vez de esa manera

en la oscuridad completa sin que nadie los perturbe.


Mas de nuevo algo me empujaba a alzarme cual sonámbulo,

como el monje desolado que reúne leña en las tinieblas,

y sobre el fuego a arrojar mis miembros congelados,

y los jirones uno a uno arrojarle de mi alma.~



Ismaíl Kadaré

1984

Versión de Ramón Sánchez Lizarralde