31 de enero de 2011

Ukiyo-e*







"Sólo vivimos para el instante en que admiramos el esplendor del claro de luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arce. Gozamos de día excitados por el vino, sin que nos desilusione la probreza mirándonos fijamente a los ojos. Nos dejamos llevar -como una calabaza arrastrada por la corriente del río- sin perder el ánimo ni por un instante. Esto es lo que se llama el mundo que fluye, el mundo pasajero."


(Asai Ryoi, Leyendas del mundo flotante, escritor y monje budista del periodo Edo, apróx. 1661)



*"UKIYO – E es un término de raíz budista, que refiere al concepto de fugacidad, de impermanencia. Y es éste el concepto que servirá luego para designar las obras de arte del período japonés que abarca los años 1602 a 1867 y que refleja los placeres cotidianos efímeros, fluctuantes, en la ciudad de Edo (actual Tokio). El arte del Ukiyo-e muestra al pueblo japonés en su diario vivir asistiendo al teatro popular KABUKI o a los barrios de las lámparas rojas de Yoshiwara (las llamadas “casas del placer prohibido”) establecidas en la ciudad desde 1657."

21 de enero de 2011

Porque escribí


A Cristina y Angélica


Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.

Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.

Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria—
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces

De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.

La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudarán
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
—allí, por un momento, siquiera, en esa altura—
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.

Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos psicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.

Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa deseable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.

Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.


Enrique Lihn

5 de enero de 2011

Encuentro


¿Por qué te contemplo? ¿Por qué te toco? ¿Qué busco en ti,
mujer,
Que he de apresurarme para estar contigo una vez más?
¿Por qué debo sondear nuevamente tu nada abisal
Y extraer nada más que dolor?
Fijamente, fijamente miro tus ojos acuosos; pero no quedo más
convencido
Ahora que alguna otra vez
De que sólo son dos espejos que reflejan la luz del
firmamento,
Eso y nada más.
Y aprieto tu cuerpo contra mi cuerpo como si esperara abrirme
una brecha
Directamente a otra esfera;
Y me esfuerzo por hablar contigo con palabras más allá de mí
palabra,
En las que todas las cosas son claras,
Hasta que exhausto me hundo una vez más en tu nada abisal
Y la fría nada de mí:
Tú, riendo y llorando en este cuarto ridículo
Con tu mano sobre mi rodilla;
Llorando porque me crees perverso y desdichado; y riendo
Por hallar nuestro amor tan extraño;
Con la vista mutuamente clavada en una última esperanza,
ciega y desesperada,
De que el mundo entero cambie.


Conrad Aiken

Fragmento de Trópico de Cáncer


No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios. Entonces, ¿qué es esto? Esto no es un libro. Es un libelo, una calumnia. El mundo es un cáncer que se devora a sí mismo.


Henry Miller

Ciudad vacía


clima desconfiado y velas se alzan y descienden juntos
los muertos siguen a los vivos como sombras
el espíritu y la brújula
se extravían en una avenida de dirección única
la plaza del día, el muelle de la noche
el ala derecha de la noche se posa en las
luces,
su ala izquierda se hunde en las cloacas

un abismo de pelo largo interroga
al marinero y sus amores de antaño
interroga recuerdos de hogar y barcos
encallados
del negativo a la fotografía
el pelo encanece, el abismo emerge

un sábado pensativo
navegando hacia la ciudad vacía




Bei Dao (seudónimo literario de Zhao Zhenkai, nacido en Beijing en 1949)

por Fernando Pérez Villalón