3 de abril de 2010

Carta de lluvia


Si atraviesas las estaciones

conservando en tus manos

la lluvia de la infancia que debimos compartir

nos reuniremos en el lugar

donde los sueños corren jubilosos

como ovejas liberadas del corral

y en donde brillará sobre nosotros

la estrella que nos fuera prometida.


Pero ahora te envío esta carta de lluvia

que te lleva un jinete de lluvia

por caminos acostumbrados a la lluvia.


Ruega por mí, reloj,

en estas horas monótonas como ronroneos de gatos.

He vuelto al lugar que hace renacer

la ceniza de los fantasmas que odio.

Alguna vez salí al patio

a decirles a los conejos

que el amor había muerto.

Aquí no debo recordar a nadie.

Aquí debo olvidar los aromos

porque la mano que cortó aromos

ahora cava una fosa.


El pasto ha crecido demasiado.

En el techo de la casa vecina

se pudre una pelota de trapo

dejada por un niño muerto.

Entre las tablas del cerco

me vienen a mirar rostros que creía olvidados.

Mi amigo espera en vano que en el río

centellee su buena estrella.


Tú, como en mis sueños vienes

atravesando las estaciones,

con las lluvias de la infancia

en tus manos hechas cántaro.

En el invierno nos reunirá el fuego

que encenderemos juntos.

Nuestros cuerpos harán las noches tibias

como el aliento de los bueyes

y al despertar veré que el pan sobre la mesa

tiene un resplandor más grande que el de los planetas enemigos

cuando lo partan tus manos de adolescente.


Pero ahora te envío esta carta de lluvia

que te lleva un jinete de lluvia

por caminos acostumbrados a la lluvia.

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