Si atraviesas las estaciones
conservando en tus manos
la lluvia de la infancia que debimos compartir
nos reuniremos en el lugar
donde los sueños corren jubilosos
como ovejas liberadas del corral
y en donde brillará sobre nosotros
la estrella que nos fuera prometida.
Pero ahora te envío esta carta de lluvia
que te lleva un jinete de lluvia
por caminos acostumbrados a la lluvia.
Ruega por mí, reloj,
en estas horas monótonas como ronroneos de gatos.
He vuelto al lugar que hace renacer
la ceniza de los fantasmas que odio.
Alguna vez salí al patio
a decirles a los conejos
que el amor había muerto.
Aquí no debo recordar a nadie.
Aquí debo olvidar los aromos
porque la mano que cortó aromos
ahora cava una fosa.
El pasto ha crecido demasiado.
En el techo de la casa vecina
se pudre una pelota de trapo
dejada por un niño muerto.
Entre las tablas del cerco
me vienen a mirar rostros que creía olvidados.
Mi amigo espera en vano que en el río
centellee su buena estrella.
Tú, como en mis sueños vienes
atravesando las estaciones,
con las lluvias de la infancia
en tus manos hechas cántaro.
En el invierno nos reunirá el fuego
que encenderemos juntos.
Nuestros cuerpos harán las noches tibias
como el aliento de los bueyes
y al despertar veré que el pan sobre la mesa
tiene un resplandor más grande que el de los planetas enemigos
cuando lo partan tus manos de adolescente.
Pero ahora te envío esta carta de lluvia
que te lleva un jinete de lluvia
por caminos acostumbrados a la lluvia.
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