31 de enero de 2010

Un lento suicidio en silencio


Recuerdo que una vez le pregunté a Childs si creía que Judas, el traidor, había ido al infierno. Childs me dijo que naturalmente lo creía. Ese era exactamente el tipo de cosas sobre el que nunca coincidía con él. Le dije que apostaría mil dólares a que Cristo no había mandado a Judas al infierno, y hoy los seguiría apostando si los tuviera. Estoy seguro de que cualquiera de los discípulos habría mandado a Judas al infierno -y a todo correr- pero Cristo no. Childs me dijo que lo que me pasaba es que yo nunca iba a la iglesia, ni nada. Y en eso tenía razón. Nunca voy. En primer lugar, porque mis padres son de religiones diferentes y todos sus hijos somos ateos. Si quieren que les diga la verdad, no aguanto a los curas. Todos los capellanes de los colegios donde he estudiado sacaban una vocecita de lo más hipócrita cuando nos echaban un sermón. No veo por qué no pueden predicar con una voz corriente y normal. Suena de lo más falso.
Pero, como les iba diciendo, cuando me metí en la cama se me ocurrió rezar pero no pude. Cada vez que empezaba se me venía a la cabeza la cara de Sunny llamándome pelagatos.


de El guardián entre el centeno

J. D. Salinger, Rest in peace

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